viernes, 15 de mayo de 2009

LA PLENITUD DEL VERSO

El que no haya sentido en sus labios la plenitud de un verso, el sabor de recitar un poema, la sensibilidad que aporta introducirse en una obra poética. Quien no ha llegado a sentir, a palpar, a masticar cada fragmento de un verso hasta que éste forma latido y pulso del propio sentimiento, no podrá decir jamás que entiende a un poeta.
Quien escribe, quien practica el oficio de escribir como medio de vida, quien lo hace porque no tiene más remedio o lo hace por entretenimiento, ese escribirá más o menos bien, perfilará frases
aderezando información o las dejará sin gracia como un paquete de palabras, pero sus escritos careceran de ese chispazo luminoso que afluye agreste de la raíz del alma.
Esa sensación de plenitud, esa elevación sublime que muchos tildan de ridicula y otros ni se molestan en catalogarla, solo lo puede saborear el que escribe abrazado a sus soledades, el que escribe con el alma rendida de amor, o quien lo hace desesperado por el dolor y se arrodilla de impotencia ante la quinta esencia del sentir más profundo.
La diferencia está ahí, en la plenitud exaltada del poeta que desmenuza momentos deseoso de aliviar sus emociónes abrazado a la poesía, y escribe, escribe con ansias de loco envuelto entre solodades y conciones de agonía.