sábado, 28 de agosto de 2010

AL FINAL DE LA VIDA

AL FINAL DE LA VIDA

Al final de la vida hay muy pocas cosas que cansen o despierten ilusión, es decir no queda casi nada que tenga aquellas alas de impaciencia que le levantaban a uno los pies del suelo dando la sensación de que podía levantar el vuelo al ritmo del canto de los pájaros; unos cantos que aunque fuesen graznidos de cuervo a uno se le antojaban ruiseñores.
Ahora solo quedan los recuerdos, recuerdos de ilusiones rotas, recuerdos de la casa vacía, casa que ahora es demasiado grande, demasiado oscura, con demasiadas huellas de cosas que se quedaron en las paredes. Una casa con todos los rincones gravados con cosas del pasado, situaciones que no se borraran, ni pintando, ni fregando con sal fuman se podrían ir las marcas que quedaron gravadas en la memoria con la misma nitidez que se vivieron; Son fijaciones de la retina, imágenes que flotan obsesivas machaconamente frías.
A estas alturas de la vida voy pasando los días con los huesos doloridos y la cabeza llena de recuerdos, todo a mí alrededor tiene un triste quejido de soledad, mis ansias aun parece vivir en una caja de cristal que permanece inalterable en el silencio.
A veces en mitad de la tristeza noto que el alma se agita en un latigazo de rebeldía deseando volar detrás de algún sueño inalcanzable, deseando romper el blindaje que le recubre y marchar detrás de una ilusión.
Pocas veces lo hace, pero si es así, siempre regresa desolada, siempre derritiéndose en lágrimas por la tinta de los versos.
La soledad y los recuerdos siempre están alertos para pinchar en el almanaque que se esconden entre los muros de la casa. La tristeza es un ramo de lirios con sombras de frases escarchadas, cosas que siempre agrandan las fobias y reflejan los miedos en  noches sin luz, noches sin alma, noches eternas que pesan en el tiempo como una enorme lapida que aplasta todos los proyectos.
Mirando a mí alrededor veo todo lo que tengo, lo que he acumulado sin cesar en los años intensos en los que yo creía que el mundo era un campo de trofeos, de tesoros sin igual. Ahora al final de la vida, cuando me pongo a valorar todo veo con tristeza que nada vale la pena, que solo tengo un nombre, un pequeño nombre de apenas nueve letras  y un poco de esperanza.
Ahora, al final de la vida, comprendo que solo soy latido, un simple latido, un corazón con prisa que a cada instante se me dispara sin yo saber porque va tan ligero hacía un tiempo que se acaba.
Pero el no escucha, sigue insensato latiendo como una maquina ¿Dónde vas? Pregunta inútil, el no contesta, ni se para, pienso que quizá busque un remanso donde quedar varado como una barcaza que le pesa el cascote cansada de cruzar mundos sin ley, cansado de océanos agresivos, montes salvajes, cuerpos sin alma.
¡Cómo pesan las horas del silencio en estas noches de tinta y de palabras!
Estas noches en las que voy vagando sin destino como una sombra de animas entre las hojas escritas del recuerdo y los suspiros! ¿De qué sirvieron los sueños si hoy no sé dónde ponerlos? ¿De qué me sirve el poema, darle forma a la palabra si nadie escucha mis versos?
¿De qué sirvieron los sueños si ahora ya no sé donde ponerlos?

De que me sirve el poema
dando forma a la palabra
si nadie entiende mi voz,
Quizá no supe explicarla.
De que sirvió tanto afán
poniendo en juego mi alma
y el peso de lo vivido
en una sola jugada.
Todo está pálido y frío
por las noches solitarias
en ésta cárcel de letras
que tan solo me acompañan.
Sola vivo, triste y sola
errante por la palabra
único sonido eterno
por el tambor de mi casa.
El corazón se acomoda
pensando en lo que he vivido
con este reloj de arena
que ya me suena a cumplido.