REMEMORANZAS
PARA LEER CON MUSICA PICAR EN EL VÍDEO
RECOPILACIÓN Y TEXTOS REALIZADOS POR JOSÉ BRETONES SALINAS Y ESPERANZA SANDOVAL SANTANDER (Granada Sandoval) EN HONOR DEL POETA JOSÉ Mª M ÁLVAREZ DE SOTOMAYOR
PRECURSOR
DE LA POESÍA RURAL Y POPULAR.
Es de justicia rememorar de vez en cuando a
poetas que han pasado por nuestra historia dejando huella. No siempre se
consigue llegar a la sensibilidad del oyente, bien porque se trate de esa
poesía elevada a la quintaesencia metafórica, o porque el trabajo sea un tanto
flojo y desvaído. Sin embargo, con este trabajo
elaborado sobre la obra del poeta José
Sotomayor, se logrará; se ha de conseguir porque nuestro poeta es un
trovador de las cosas cotidianas y sencillas, un cantor de los caminos, de la
vida, de la tierra oprimida, su voz late
y vive en cada uno de los versos con la fuerza innata del que los ha vivido,
toman impulso en todas y cada una de las odiseas que describe hasta provocar el
escalofrío.
La poesía es un manantial de nobles sentimientos, de
actitudes y de talantes. Somos testigos de la proliferación de versificadores
que con mejor o peor técnica de preparación, se lanzan a recitar versos
atribuyéndose sin remilgos el título de poetas.
Sin embargo, el grado de calidad no depende de lo que el
autor quiera endilgarse, el mérito lo da el
publico que escucha o lee la obra; este es el caso de Álvarez de
Sotomayor, a Pepe Soto, como se le conocía familiarmente, lo encumbró el
público porque vibraba con sus escritos porque cada uno de ellos era un bello
canto a las cosas cotidianas y familiares.
En el último cuarto del siglo XIX y primer tercio del XX,
florecieron muchos poetas importantes que juntamente con los del XV y el XVI
dejaron las más gloriosas páginas de versos que jamás se hayan escrito en
nuestra lengua.
Uno de ellos fue este poeta almeriense, nacido en 1880 y
fallecido en 1947. Álvarez de Sotomayor, escribió teatro y otros muchos
géneros, pero fue, sobre cualquier otra cosa, poeta. Poeta para cantar como
nadie a la reseca tierra que le vio nacer, poeta para poner en versos la ruda
filosofía de los hortelanos, la legítima rebeldía de los oprimidos, y sobre
todo para plasmar las tareas y costumbres de su tiempo, la belleza escondida de
los objetos más humildes y cotidianos. Veamos una muestra de ello en este poema
dedicado al desaparecido candil de aceite:
EL CANDIL
En mi espaciosa cocina,
pendiente
de un clavo fijo
a un
testero del fogón
por el
humo ennegrecido,
cuelga mi
viejo candil
para
alumbrar mi cortijo.
Comienza a brillar su luz
apenas
anochecido
y sigue
toda la noche
sin que se
extinga su brillo
hasta el
soplo madruguero
del lucero
matutino.
Él, de la paz y honradez
de mi
morada es testigo;
él alumbra
mi descanso
del
trabajo campesino;
él alumbra
nuestra cena
vestida de
mantel limpio,
y en el
juego de sus luces
reflejándose
en los vidrios
pone
brasas en el pan
y en la
redoma del vino.
Su luz vaga y oscilante
como la
luz de los cirios,
juega en
las blancas paredes
con las
sombras de mis hijos;
y remueve
mis recuerdos
sacándolos
hilo a hilo,
para
hilvanar mis relatos,
que a
fuerza de ser sentidos
ponen
temblor en su llama
los ecos
de mis suspiros.
Cuando es hora de acostarse;
por los
muros enlucidos
resbalan
sus claridades
con
silencioso sigilo
hasta el
último aposento
de mi
anchuroso cortijo,
derramando
en las estancias
con sus
resplandores tibios
una luz
que sin ser luz
pone en su
móvil fluido
relieves
sobre las sombras,
y se va
por los resquicios
después de
asistir a todos
hasta
dejarnos dormidos.
Y cuando ve mi candil
que ya los
palos de olivo
que
ardieron en el fogón
dejan el
ambiente frio,
pierde luz
sin apagarse
y parece
que el cortijo
arrullado
en su penumbra
se queda
también dormido.
Yo, siento profundamente
veneración
y cariño
y respeto
y devoción
por ese
candil antiguo,
porque su
luz es de aceite
y el
aceite está bendito;
porque fue
luz de mis padres
en santo
hogar campesino;
porque es
luz de las ermitas
sembradas
por los caminos;
porque es
la luz de los pobres,
porque es
la luz de los siglos,
¡porque es
la luz de los muertos,
porque es
la luz de los Cristos!
Sotomayor
es el segundo de los tres hijos nacidos del matrimonio Pedro Martínez Soler y
Teresa Álvarez de Sotomayor. De su infancia se sabe muy poco, se sabe que
estudió en colegio privado sacando la calificación de Sobresaliente, que
termina sus estudios de Bachiller con calificaciones más que notables y que
siguiendo la línea familiar ingresa en la Academia Militar de Toledo, donde
solo aguanta tres meses, la férrea disciplina no es lo suyo y abandona el
ejército.
En enero
del 1905 se casa con Isabel Márquez Gómez y tienenj un solo hijo, Pedro José.
En 1912 se
traslada a la calle de la Rambla. En primavera y otoño se recluye en su cortijo
“El Calguerín” con reminiscencias
moriscas donde escribía y recibía a los amigos. Era hablador,
extravagante y aficionado a las tertulias, solía llevar un “fez” (Tarbush) con
la media luna, levita, fajín morado y calzaba pantuflas, “Soy el Kalifa, el
Sultán del Calguerín” -solía decir.
Era un
poeta aficionado a todo lo árabe y al idioma rural andalusí. Tiene libros
enteros escritos en este lenguaje autóctono a pesar de ser un hombre
correctamente instruido y académico.
Sus libros
son casi desconocidos para el gran público, si es que la poesía ha gozado
alguna vez de ese soporte de grandeza. ¿Por qué un autor de esta obra tan
intensa y extensa permanece casi olvidado? Pues porque su obra como sus amores,
sus motivaciones, los estímulos que la
hicieron nacer y crecer, estuvieron deliberadamente circunscritas a unas
gentes, a un paisaje, a unas circunstancias que no han trascendido a la amplia
historiografía de periódicos y programas televisivos, a esos medios de
resonancia informativa. Todo su mundo poético estuvo enmarcado en ese triángulo
territorial silencioso y desconocido, ese territorio almeriense, humilde y
arrinconado en esa esquina del sureste del mapa peninsular.
He aquí uno de los poemas característicos del
poeta:
Quiero ser
el labriego de una alquería
que tenga
la compañía de un palomar
y una
yunta ligera para labrar
tierras,
¡ay!, no tan secas como la mía.
Ser el sencillo bardo de su poesía
con sonora
guitarra para trovar,
y tener
una casa para mi hogar,
con escudo
a la puerta de mi hidalguía.
Y en la paz y en la calma de mi conciencia,
llevar mis
alegrías y sentimientos
a las
mozas y mozos de los lugares,
en espigas
doradas hechas cantares
del campo
que florecen mis sentimientos.
Eso es:
Nuestro poeta se hace el juglar del Valle del Almanzora. Álvarez de Sotomayor
no fue nunca un labrador de trabajo y obligación; pero fue siempre hombre de
alma campesina por vocación, a pesar de proceder de linaje aristocrático, de
haber nacido en casa rica y ser hijo de terratenientes rentistas, sus
bisabuelos maternos hacendados de Cabra, provincia de Córdoba, y de Palmas de
Mallorca. Un hermano de su madre fue general de artillería. Todavía hoy lleva
el nombre de Sotomayor una importante instalación militar de aquella provincia.
Pero él,
que estaba destinado por herencia familiar a ser hombre de armas, abandonó los
ejércitos para ser el portavoz de las gentes sencillas del Almanzora, podemos
comprobar cuánto ganaron los almerienses con la voz del cronista más preclaro,
en este poema.
HACES DE ESPARTO
Por la
fuerza del vivir
y estar el
mundo tan malo,
Rosarico,
la del chozo,
una mañana
temprano,
antes que
el alba anunciara,
subió al
monte por esparto.
hizo unos
cuantos manojos
en la
pendiente de un tajo,
con tanta
prisa en cogerlos
que se
hizo sangre en las manos.
Pues ya que ató los manojos
sobre el
filo de un peñasco,
cargó el
haz a sus espaldas,
y por la
pendiente abajo,
más que de
prisa y corriendo,
llegó a su
choza volando.
-Ahora, haré mis dos espuertas
-dijo la
pobre Rosario-,
y mañana
si Dios quiere,
las
venderé en el mercao,
dos
pesetas, de seguro,
que dos
pesetas les saco;
y ya tengo
pa guisar
y comer yo
y el muchacho-.
Como nada había que hacer
de
limpieza ni fregados
por ser su
chozo más pobre
que un
triste nido de pájaros,
se puso a
hacer las espuertas
poniendo
aliento en sus brazos,
con tanto
afán en su obra
que hasta
las hizo cantando,
tejiendo
en coplas serranas
sus dos
espuertas de esparto.
Casi se sintió dichosa
la infeliz
de la Rosario,
de ver sus
espuertas hechas
en todo un día de trabajo;
Cuando reparó que el guarda,
hombre duro y destemplado,
con sarcástica sonrisa
rebosante de sus labios,
le dijo en sorna: "-Mujer,
¿dónde has cogido el esparto?
-Pues mire osté,
sin pensarlo
fui al monte, y del que había
por el suelo esturreao,
hice un manojo y lo truje.
Ya ve osté, ¡se hacen tan largos
los días que no se come…
y como el hambre es tan malo!
-Pero, bueno; ¿Tú no
sabes
que el monte tiene su amo,
y yo llevo en mi escopeta
la obligación de guardarlo?
Por ser la primera
vez,
y por no buscarte daño
me llevaré las espuertas,
-dijo el hombre muy ufano-
Y la infeliz, agobiada
bajo el peso de aquel fallo,
le replicó; - pos
si oste
dice que es suyo el esparto,
llévese las dos espuertas,
pero abone mi trabajo.
•
Eso el
juez te lo dirá,
-volvió
decir ya enfadado-
Y como el
guarda insistía
y la pobre
de Rosario
iba
perdiendo el terreno
que le iba
el guarda robando,
dejó tomar
las espuertas,
cuando de
pronto, de un salto,
cual si
brotara del suelo
se
presentó su muchacho,
zagalón ya
mozalbete
de algunos
dieciséis años,
quien
sobre las dos espuertas
clavando
sus pies descalzos,
con el
infierno en sus ojos,
y una gran
piedra en la mano
dijo al
guarda; - ¡Corra al monte!
¡Corra a
guardar el esparto!
¡Corra a
decírselo al juez!
¡Corra a
decírselo al amo!
Pero
corra, que si tarda…
con esta
piedra lo mato.
Y el guarda, con desprestigio
de su
alcurnia y de su rango,
perdiendo
fueros al ver
en la
actitud del muchacho
que
llevaba la balanza
de la
justicia en su brazo,
sin
respirar tan siquiera,
tomó el
camino empinado
y en la
maleza del monte
se perdió
como un gazapo.
Desde que aprendí esta historia,
que la
supe ha muchos años,
siempre
que veo una mujer
cargada de
un haz de esparto,
se me hace
vivo el recuerdo
de aquella
infeliz Rosario,
y me
figuro al zagal
como un
bronce esculturado
con los
pies como puñales
en las
espuertas clavados;
con los
ojos como infiernos…
¡Y el
amenazante rayo
de aquella
nube de piedra
que le
silbaba en la mano!
Se casó
Álvarez de Sotomayor con una mujer hacendada y de buena familia cuevana, o sea de Cuevas del Almanzora como él, esto
le permitió una vida desahogada y pudo dedicarse en exclusiva a su afición de escribir.
También
ancló sus ansias viajeras para siempre en su rincón de campesino voluntario,
así fue perfeccionando su estilo y técnica.
Escribió
poemas de protesta ácidos y valientes que le causaron más de un disgusta, todos
ellos registrados en su libro LOS LOBOS DEL LUGAR, también escribió
relatos llenos de ternura delicada, como
las de estas cuartetas:
EL RUISEÑOR DELCONVENTO.
A la espalda de la iglesia,
sobre un rosal trepador
y en la cruz de sus sarmientos
anidaba un ruiseñor.
Rosal de bello jardín
que le amparaban del viento,
y abrigaban de los fríos
las paredes de un convento.
Antes que en tiernos
capullos
se abriera el rosal en flor
ya daban vida al jardín
los cantos del ruiseñor.
Ruiseñor que parecía
cuando la aurora anunciaba,
que en alabanza de Dios
en sus canticos rezaba.
No es extraño que
aprendiera
de esas notas celestiales
que llevan en sus plegarias
las rezos conventuales.
Y era entre los
ruiseñores
tan destacado su acento,
que le llamaban las monjas
el ruiseñor del convento.
El 13 de Marzo de 1921 desarrolló un memorable recital de
poesías suyas en el Ateneo de Madrid.
La noche del 24 de
Marzo de 1923 la compañía de teatro Borrás, le estrenó su drama “La seca” en
Cuevas del Almanzora; antes la había representado en Burgos.
“La seca“ es un
drama rural que tiene expresiones tan hermosas como lo demuestran estos
versos de arte mayor
Braceros laboriosos de las tierras feraces
de estos campos sedientos, ansiosos de criar;
que sufrís las angustias de las sequías tenaces,
al terruño apegados, como los secos haces
de las doradas mieses dejadas solear.
Honrados labradores de pobres heredades
que tenéis por fronteras un corto caballón;
que apenas sois chiquillos y tenéis mocedades;
pues consumís los años de todas las edades
a esas tierras sin sangre buscando el corazón.
Sufridos labradores
que vivís condenados
a la eterna ignorancia y al eterno quehacer
de llevar a las urbes vuestro pan y ganados
y encerrar en sus lonjas vuestros frutos ansiados
aunque a veces vosotros no tengáis que comer.
Mujeres campesinas,
honradas y hacendosas,
la nota más alegre del campo y del hogar;
las hijas recatadas, las madres cariñosas
que en boca de sus hijos derraman generosas
las mieles de sus pechos en dulce trasmanar.
Yo recogí en mi lira
vuestros rudos acentos
con los tonos bravíos de ese inculto decir,
que tiene algo de brisas y rugir de los vientos;
que no sabe en sus giros ocultar pensamientos,
y es la expresión humana, de un profundo sentir.
Estrena también los dramas “La enlutaica”, “Los lobos del lugar” “Pan de sierra” y
“Honradez“
El 12 de Mayo de
1923 participa en una fiesta de la poesía que preside en Sevilla la infanta Dª
Isabel, fiesta a la que asisten también Manuel Machado y Salvador Rueda.
Escribe mucha
poesía durante el periodo de la dictadura de Primo de Rivera. En 1931,
restituida la República, participa en el homenaje nacional que se le rinde a la
memoria de D. Nicolás Salmerón en su villa natal de Alhama de Almería.
Los versos de su paisano resaltan las virtudes humanas y
políticas del ilustre patricio así como su rango ejemplar de llegar a renunciar
a la más alta magistratura del estado con tal de no tener que firmar una
sentencia de muerte.
CONCIENCIA CAMPESINA.
Acuérdate labrador
de tu vivir en sosiego
sin más quehacer que tu tierra,
sin más afán que tu huerto,
ni más amor que tus hijos
y la mujer de tus sueños.
Sin más que ver que
tu casa
y el cuidado de tu apero,
sin otra esperanza firme
que la puesta en tu barbecho,
y sin más aspiración
que ser horado y ser bueno.
Acuérdate labrador
que el ladrido de tus perros
era sobrado en tu hacienda
para guardarle respeto,
y a cualquier hora, salías
por los caminos, sin miedo,
por bastar a tu defensa
con la salud de tu pecho.
Quizá que en tu
hogar, entonces
hubiera pan muy moreno,
del que se amasa en la casa
y se cuece en propio fuego,
y hasta en vez de ser de trigo,
quizá fuera de centeno.
Pero era pan saludable,
con aroma y alimento
que daba quietud al alma
vigorizando tu cuerpo,
por ser más sano y sabroso
que el cocido en horno ajeno.
Acuérdate que al
partirlo,
guardabais todos silencio
mientras le hacías la cruz
con tu navaja de acero;
que después lo bendecías
en un corto balbuceo
y al tomar la rebanada
que tocaban tus hijuelos
antes de echarlo a la boca
le daban al pan un beso.
Y mira tú, labrador,
si quiero serte sincero;
que si con darte a beber
esencias del pensamiento
puedo llevarte el alivio
que necesita tu pecho,
templaré mi vieja lira
para darte en sus arpegios
las más afinadas notas
de mis hondos pensamientos,
¡a ver si elevo tu alma
con la emoción de mis versos!
Otras veces, nos retrata con su amor por lo humilde, objetos
cotidianos, en sus libros “ALMA CAMPESINA, “ y
“LOS CABALLEROS DEL CAMPO” hay infinidad de romances descriptivos tales
como “ Mi vara de almendro” “Mi faja de seda azul” “Mi manta” o este otro que
está dedicado a
LA SILLA DE LA MADRE.
No está tallada en caoba
ni está forrada en damascos;
es de madera de pino
con el asiento de esparto.
Es una silla que
tiene
cuatro fuertes travesaños
para poder resistir
el peso de su trabajo.
Es la silla de la
madre;
de la madre sin descanso,
que apenas se despereza
por la mañana temprano
lleva su silla a la hogaza
de los leños apagados.
Hace brotar nueva
lumbre,
y en la lumbre, cocinando,
prepara el cesto a sus hijos
que trajinan en el campo.
Luego saca a clara
luz
de un postigo soleado
su silla, para zurcir
y remendarse sus trapos.
En ella se echa los
sueños
en las siestas del verano,
en ella come a la mesa,
reza en ella su rosario,
y ya en la noche avanzada
con su silla de la mano,
después de apagar la lumbre
se entra a acostar a su cuarto.
En la silla de la
madre,
ni el marido por anciano,
ni los hijos por ser hijos,
ni aun las hijas se sentaron.
En aquella honrada
casa
era la silla un sagrario.
Cuando criaba esa
madre,
era lugar obligado
para dormir a sus hijos
la vieja silla de esparto,
que a manera de una cuna,
le acompañaba en su canto
al crujir de su madera
y al vaivén de su respaldo.
Y una noche, ¡noche
triste!
noche de dolor y llanto,
sentada en su vieja silla,
sintió la madre un desmayo,
brotó sudor de su frente,
quedaron yertos sus labios,
y en un esfuerzo supremo
buscando apoyo en sus manos,
como quien busca al morir
un consuelo y un amparo,
¡aquella madre tan santa
murió cogida a los brazos
de su silla de madera
con el asiento de esparto!
Todos los escritores- y más los andaluces- han cantado a
esos dos animales tan hermosos como son el caballo y el toro, Álvarez de
Sotomayor, amante de todo lo emblemático, hace sus cantos también al reino
animal en distintas ocasiones, esta vez lo hace para ensalzar la gracia de una
burra, y lo hace así:
MI BURRA NANA.
En el mercado de Vera
de tanto renombre y fama,
porque jamás vi burrucha
que más mi atención llamara,
y era un juguete de feria
que en el mercado hizo raya,
como cosa de capricho
compré mi borrica nana.
No era más negra la
noche
que el pelo que le brillaba,
ni vi jamás tan pequeña
burra recién destetada.
Desde que entró a mi
cortijo
aquella misma mañana,
lo mismo que una criatura
corría y brincoteaba
jugando con mis zagales
como uno más de la casa.
Antes del mes, ya
acudía
cuando el perro le ladraba
y se entraba al gallinero
y corría a la montaña
al volar de las palomas
y al balido de la cabra.
Y en su inquieta
travesura
sin descanso ni parada,
con esa gracia infantil,
colmo de todas las gracias,
-pues también tienen las burras
a su manera, su infancia-
llegó un día a ser la nota
más alegre de la casa.
Pero cumplió los
tres años,
y fuerte, robusta y sana,
Con el pelo reluciente,
nerviosa, de buena planta,
tan linda y arroganteja
que parecía una estampa,
entró en plena juventud
mi negra borrica nana.
Ya de trigo a la
molienda
llevó al molino una carga,
llevó el amasijo al horno,
subió a la fuente a por agua,
llevó hortaliza a la lonja...
y el camino se lo andaba
con tan ágil ligereza
que a sus manos y a sus patas
parece que le habían puesto
para correr, cuatro alas.
Ni por yegua, ni por
mula,
ni por caballo de alzada
con el premio de una feria
diera yo mi burra nana.
Como cuando va a la
fuente
y en la fuente bebe agua,
le sirve el agua de espejo
y en ella se ve la cara,
igual que esas buenas mozas
que se saben que son guapas,
le gusta que la compongan,
se da cuenta que la agracian
las cintas sobre la frente
de su negra cabezada,
y se recrea en su sombra
cuando se siente enjaezada,
con las dos escarapelas
de los borlones de lana,
y el ropón de dobles flecos
y sobre el ropón mi manta,
donde yo, jinete en ella,
corro mercados y plazas
como si fuera en estribos
con las bridas de una jaca,
sobre el redondo aparejo
de mi borriquilla nana.
Álvarez de Sotomayor refleja en sus versos tradiciones,
costumbres, emociones personajes creencias e ideologías, nada escapa a fina
sensibilidad del poeta, su poesía es un constante reflejo de vivencias, un
raudal de circunstancias y personajes que pasaron por su entorno y él los fue
inmortalizando en sus escritos, una muestra de ello es este poema dedicado a
LAS MIGAS DE PANIZO.
Yo marcho con mi
pobreza
y sabe Dios que no envidio
ni a denguno, de
mi clase
ni a los mesmos señoritos.
-¿Pa qué quiero yo palacio
si me basta mi cortijo,
ni pa qué quiero
más muebles
que mi mesa y un lebrillo,
mi colchón, mi par de sillas,
una sartén y un botijo?
Si es con respeuto a la ropa,
no me gusta ir bien vestío.
la tarde que me casé,
por eso de los cumplios,
me quité los alpargates
pa calzarme los botillos
y fui viendo las estrellas,
dasta que al cabo, aburrío,
en mita del
casamiento
le di vuelo a los botillos.
Luego, tampoco soy
hombre
que le arrebaten los vicios;
yo me doy por satisfecho
con ir al pueblo el domingo
pa tomar
mi tapaera
con mis dos vasos de vino;
las cartas, no las entiendo,
y respeuto al
mujerío,
man que me pirro por ellas,
huyendo a briegas
y líos,
me apaño con la Dolores
y ella se apaña conmigo.
Ya ves, si tengo
razón
en decirte que no envidio
ni a denguno por
su clase
ni a los mesmos señoritos.
Más como siempre en
el mundo,
pa no estar uno tranquilo
se ha de tener algún ¡ay!
pues yo también tengo el mío.
Y es, que estoy de
comer migas
dende el hoyo del ombligo
dasta las ranguas del pelo,
donde arranca el colodrillo:
y por eso solamente
quisiera ponerme rico;
pa almorzarme al mediodía
mi pan de harina de trigo,
mi gran lonja de jamón,
mi gran taja de tocino,
mi tripa de gutifarra,
mis tres o cuatro chorizos
y pa postre del
almuerzo,
dispués de un jarro de vino,
longaniza en la sartén
regüelta con huevos fritos.
Por este almuerzo na más
quisiera ser señorito;
¡porque es que tengo las migas
atascas en el galillo
y estoy ya dasta
las cejas
de las migas de panizo!
El mundo del poeta Sotomayor fue el terruño almeriense que
lo vio nacer y en el que vivió siempre, su inspiración la gente que habitaban
esas tierras, él no fue leñador ni hortelano ni cabrero, pero cantó como nadie
las penas y alegrías, las injusticias y la rudeza de aquellas vidas que a él,
al igual que les sucedió en otros parajes
a José Mª Gabriel y Galán, a Luís Chamizo, o Vicente Medina, les
movieron a escribir páginas inmortales que son hoy aguafuertes poniendo ante
nosotros estampas reales por más desgarradoras que nos resulten, son cosas que
sucedieron en el mundo en el que ellos vivieron y que les dolió hasta el
extremo de inmortalizarlas en verso; imágenes de un tiempo triste y miserable
que queda reflejado en este poema titulado el LEÑAOR y está escrito en el
dialecto rural de aquellos años.
EL LEÑAOR
Mia oste, señol juez,
tié que isimularme, sin d´inconvenencias
inpensas le digo,
porque no tié uno
destrución denguna,
ni bullil de lengua
pa estas
apreturas. Pero las verda es
cuando
quien icirse, salen ellas mesmas,
y unas a
las otras se van rempujando
manque sean en
dichos de muncha rueza.
Estar, si q´he estao, sin pedir premiso,
y también
de noche, drento d´una hacienda
corriendo
los montes, arrancando leña.
Pero es que mis hijos, pa que oste lo sepa,
cansaos de
pidilme, rendios se durmieron
esmayaos de
hambre… Y en la noche aquella,
desde el
mismo monte se sentía el zurrío
de las pandorgüiñas y las panderetas,
y de las jitarras, y de los platillos
y las
castañuelas.
Era aquella
noche, noche d´alegría;
era Nochegüena.
Y pensé yo mesmo,
de que´n tantas fiestas
no debían
mis hijos
dolmirse sin cena.
Y agarré mi
soga…
-¡q´he cogió mil feces pa colgarme
d´ella!-
y dejando
el pueb-lo,
tomé pa
esas sierras,
Iciendo por drento,
mientras pechugaba
por aquellas
cuestas:
Si me pilla
el guarda, viendo mi probeza
tal vez que me diga:
-Sigue haciendo leña, y toma un cigarro
pa cuando adescanses,
y toma estas perras,
y acaba prontico sin hacer estrozos en las madrigueras.
Señor juez, ¿me escucha? Porque a los conejos,
drento de los cotos, pa
que oste lo sepa,
sobra la comía q´a
los probes falta,
¡y eso que les sobra…también nus lo niegan!
Pa que osté se
entere, hice mi hacecico,
que lo meneaba como una cereza.
Era mu pequeño; no
era como icen.
Qué a mis muchos años y a mis pocas juerzas,
a sus cortas luces, como oste
compriende
pol torpe que sea,
hacen a mis canas amagar el lomo
Con mu poca leña.
Pos verá osté agora,
pa que oste lo sepa,
venía ya pa´l pueb-lo,
cuando el mesmo amo
me salió al camino. ¡Se me puso negra,
más negra que
el zache,
la miajica sangre que´n mi cuerpo quea!
-A dejar
la carga, que la leña es mía-
dijo con enfao junto a la verea-
y al ir a dejarla,
por las mesmas cejas parece que a mis hijos
les sentí puncharme, diciéndome; ¡Padre la cena,
la cena!
y anublaos los ojos apreté los diente
y me entró
una cosa por toa la cabeza,
que dije:
U me matan…
u voy
dasta el pueb-lo con el haz de leña.
Llegó en
esto el guarda pa ayuarle al amo,
¡que otras veces
era
leñaor
conmigo,
pa
que oste lo sepa!
y como un
muchacho,
bajaba de priesa
dando trompicones
con el haz
acuestas,
dasta
que en el corte
q´hace
una regüelta
me faltó el
terreno,
y rulé lo mesmo que rula una piedra
del collao al hondo.
y he salvao
la vida…¡por el haz de leña
que cayó debajo y aguantó mi cuelpo!
Porque muchas feces…pa que oste lo sepa,
lo que ostes castigan
el Señor lo premia!
Ya estaba
en el pueb-lo, cuando a los maitines
tocaba la ig-lesia,
y vendí la carga
por una peseta,
que eché en comestibles de pan y engañifa,
y me entré en mi casa, y atranqué mi puerta;
y entre yo y mis hijos, ¡y sin luz, nus cenamos
to lo que me dieron por el haz de leña!
Si los jueces jueran,
antes de ser jueces,
Probes
leñaores, y en las
noches estas
se tuvián sus
hijos q´acostar sin cena,
Munchos que´n la
cárcel están no estarían,
y habría munchos
drento q´agora están juera.
Osté
desimule, señol
juez, lo hablao,
Por q´uno es asina, sin salía de lengua
pa dicil las cosas.
Pero lo q´he
dicho, ni yo me lo como
ni nadie lo afea.
Y ese es to mi
robo…
Y esa es toa mi
afrenta…
Pa que osté se
entere…
Pa que osté lo sepa.
Agora… la soga…
Señol juez, la soga…mia
oste, manque sea
cuelpo del delito, m´hace
mucha falta
Y no la presento, venga lo que venga.
No tengo más finca,
ni más herramienta,
ni más averío que la soga esa,
Y la necesito pa cuando me saquen…
golver
a por leña…
¡u pa hacerle un cabo de lanzá escurriza
Pa
colgarme d´ella!
Este
poema titulado “La faca” pertenece al libro “Los Caballeros del Campo y otro
poema de este autor que nos deja el sello inigualable de su facilidad para
describir situaciones y costumbres de una tierra y sus gentes.
La
faca.
El
mozo Frasquito Antonio,
Hijo
de Juan Ponce Rojas,
que
era del paterno orgullo
provecho
a la vez que honra,
por
su saber de la tierra,
por
su aplomo de persona,
por
su gracia varonil
y
por su charla melosa,
cumplió
dieciocho años,
como
dieciocho rosas
la
noche a que se refiere
este
jirón de su historia.
A todos los hortelanos
Del
valle del Almanzora
hizo
invitación Juan Ponce
para
la fiesta famosa
de
dar al mozo cumplido
su
faca trasnochadora,
dándole
con esa prenda
la
alternativa de ronda,
para
poder con los mozos
salir
y entrar a deshora,
pasear
con su guitarra,
buscar
con ella una novia,
y
armarlo así caballero
a
la usanza labradora.
Hubo vino de las viñas,
hubo
brindis en las coplas,
hubo
abundancia de todo
como
si fuese una boda,
y
al final de aquella fiesta
alegre
y derrochadora,
puestos
en pie padre e hijo
de
forma ceremoniosa,
el
arma de rondador
pasó
de una mano a otra,
diciendo
al mozo Frasquito
su
padre Juan Ponce Rojas.
Con condición de ser cuerdo;
y cumplir como cumplí,
toma, hijo, este recuerdo
pa que te acuerdes de mí.
Es mi faca de canales,
La que de noche desgarra
De cuajo los retamales
Pa dar paso a mi guitarra.
La que me sirvió a deshora
de invencible compañera.
La faca más rondaora
que tuvo nuestra ribera.
Es negra su empuñaura
pero está tan bien bruñía
que brilla en la noche oscura
como una estrella corría.
Aunque es pequeña al tocarla
se crece como una ola,
y con pensar en sacarla
se desenvaina ella sola.
Cuando en sangre se ha teñío
su victima la ha besao,
porque primero a venció
y después ha perdonao.
Si algún mozo, por alarde,
de más hombre te ofendiera,
no te dejes por cobarde
que le tomen delantera.
Y si es mozo que se arroja
Por ser valiente y serrano,
¡sácala! que al dar su hoja
relámpagos en tu mano,
como goza de renombre
por segura y bien templá,
lo que te falte de hombre
mi faca te lo dará.
Y
deshecha la reunión,
Aquella
noche a deshora,
Salió
por primera vez
con
su guitarra de ronda
asomando
del bolsillo
su
faca trasnochadora,
el
mozo Frasquito Antonio
hijo
de Juan Ponce Rojas.
Trabajo
realizado por Granada Sandoval y José
Bretones Salinas.
11-2-2006
(Barcelona) Fue presentado por primera vez en el Centro Cívico de Las Planas (Sant Joán Despí) y por última vez en el Centro Cultural Almeriense de
L ´Hospitalet.
L ´Hospitalet.
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